¿Qué es el esoterismo?

14 jun 2016

¿Qué es el esoterismo?




Podría empezar con una definición simplista: "esotérico es todo lo que está oculto a la mayoría", para complicarlo con: "es la verdad más trascendental, oculta tras los símbolos que la representan, por parábolas que la ocultan o por alegorías que la velan". De donde se comprende que las enseñanzas esotéricas tengan el carácter de estrictamente reservadas a los iniciados. Haciéndose fácil intuir que el esoterismo trata de cuanto relaciona al ser humano con el Todo Universal (el G.·. A.·. D.·. U.·. para los masones), en los planos físico, psíquico y espiritual.

Por lo tanto y antes de ir más adelante, entendamos que no existe una ciencia esotérica, sino una multiplicidad de ellas, pues siendo el esoterismo "el corazón y el espíritu de las religiones", cada una de ellas conservará conocimientos de carácter esotérico, más o menos secretos, más o menos ocultos a sus adeptos, más o menos misteriosos. Sin olvidar que todas las religiones han surgido de un conocimiento común, presente en el subconsciente de la humanidad desde su cuna, quizá como un acervo cultural herencia de un Universo que precedió al actual, dentro de la eterna rueda de las sucesiones y transmutaciones que toda materia, visible o invisible, sufrió, sufre y sufrirá por los siglos de los siglos.

"Como es arriba es abajo", decían los alquimistas del medioevo y recogían los rosacruces renacentistas, resumiendo en una sola frase toda la filosofía de la dualidad. Arriba y abajo, blanco y negro, el bien y el mal, lo conocido y lo secreto: Exoterismo y esoterismo, los dos aspectos de una misma doctrina, de un mismo conocimiento. En apariencia opuestos, realmente complementarios; abiertos los unos a la generalidad de los mortales y reservados los otros a los iniciados, al círculo interno, a los que han merecido llegar al conocimiento.

Como bien saben los kabalistas, existen las letras y el espíritu de las mismas. Coexisten sin que, los no iniciados, lleguen ni siquiera a sospechar que los signos (símbolos) que conocemos como letras, puedan tener mayor alcance, más significado que el por la mayoría conocido ¡el que el racionalismo científico las atribuye!

Sírvame esto como ejemplo del aparente significado y el espíritu del símbolo, este último desconocido para el no iniciado, secreto por su misma naturaleza, de forma que nadie tiene poder para divulgarlo. Continua y continuará inexpresado e inaccesible a los no iniciados, a los profanos, y solo por símbolos se le podrá alcanza. Téngase por bien entendido que el Maestro no transmite a sus discípulos el secreto en sí, sino el símbolo y la influencia espiritual que hace posible su comprensión.

Distinguiéndose tres etapas o niveles de dificultad creciente en la noción y comprensión de lo esotérico:

El secreto, o misterio, es lo que en principio se recibe en silencio; es un esoterismo "objetivo". Luego se prohíbe hablar de ello; es un esoterismo "subjetivo". Para, finalmente, resultar difícil referirse incluso al mismo; es un esoterismo "esencial" o metafísico, con el que se unifican por el interior todas las doctrinas tradicionales.

Un error frecuente es considerar al esoterismo como materia de carácter religioso, pues lo religioso no tiene, ni mucho menos, el monopolio de lo sagrado. Por otra parte el esoterismo tampoco puede convertirse, como sucede a veces, en una religión especial para uso de privilegiados, ya que constituyendo un punto de vista sobre lo sagrado, no puede ser lo sagrado en sí. Quizá la mejor explicación sobre la diferencia entre el esoterismo y lo religioso, sea decir que lo que en el esoterismo es secreto, en la religión se convierte en misterio.

No tiene el esoterismo un vocabulario especial y secreto, solo conocido por los iniciados, pues teniéndola ya no sería esoterismo. Lo que hace es dar un sentido especial a términos de uso habitual en otras disciplinas, debiéndose tener en cuenta que esos medios de expresión o comunicación datan de la época en la que quedaron fijados sus significados, por lo que cuando tratamos de esoterismo debemos tener en cuenta el concepto del mundo que correspondía al espíritu de los contemporáneos y el estado de la ciencia en aquel tiempo.

Los filósofos de la Grecia clásica reconocían una realidad superior habitada por energías invisibles. Colocaban al hombre en el centro del Cosmos y partiendo de él dividían el universo en un ternario de manifestaciones que incluían un plano físico o material, un plano psíquico y un plano espiritual, en una jerarquía que durante milenios fue la base de toda enseñanza.

Centrar al hombre en el Cosmos fue la consecuencia de la identidad de los elementos que componen al uno y al otro. Al respecto los pitagóricos consideraban que el hombre constituye en sí un microcosmos, doctrina que fue aceptada por Platón y que permitió, partiendo de la analogía armoniosa que une al Cosmos y al hombre, es decir, al macrocosmos con el microcosmos, distinguir en el hombre tres formas de existir:

Al mundo, o plano material, le corresponde el cuerpo.
Al plano psíquico le corresponde el alma.
Al plano espiritual el espíritu.

Esta división dio lugar a tres disciplinas:

La ciencia de la naturaleza, o física.
La ciencia del alma, o psicología.
La ciencia del espíritu o metafísica. Llamada así por entender de todo lo que está más allá de lo físico.

Es importante tener en cuenta que el espíritu no es una facultad individual, sino una facultad universal que está unida a los estados superiores del ser.

Esta división ternaria entre cuerpo físico, alma y espíritu, que hoy puede resultarnos extraña, fue común a todas las doctrinas de la antigüedad aun que sus respectivos límites no siempre sean plenamente coincidentes.

La encontramos en las más antiguas tradiciones chinas e hindúes, y el propio Génesis de la tradición judía presenta al alma viviente como el resultado de la unión del cuerpo físico y el soplo del espíritu.

Forma parte del pensamiento de Platón, traduciendo más tarde los filósofos latinos el ternario: noûs, psyche y soma, del griego clásico a su equivalente latino: spiritus, anima y corpus.

Incluso la primitiva tradición cristiana heredó la tripartición expresada por Juan al principio de su Evangelio, fuente del esoterismo cristiano. El ternario Verbum, Lux y Vita que Juan enumera es exactamente el de los tres mundos: espiritual, psíquico y corporal, representando la luz el estado psíquico o sutil que está presente en todas las teofanías.

Lo que separó al cristianismo del pensamiento tradicional, fue el interés que los pensadores cristianos tuvieron siglos más tarde en negar al alma un elemento sutilmente corporal, como hiciera toda la escuela platónica. De forma que los pensadores cristianos de tanto acercar alma y espíritu llegaron a unirlos y confundirlos, separandose con ello de todo el pensamiento clásico.

Con ello dieron lugar al dualismo de alma y cuerpo y a la confusión de lo psíquico y lo espiritual, entre cuyos planos, tan diferentes para todo el pensamiento clásico, el mundo exotérico de tradición cultural cristiana no ve hoy diferencia alguna.

Pero, volviendo al esoterismo, que es lo que nos interesa, la jerarquía de valores del ternario: intuición, razón e intelecto, son las tres facultades del ser humano que le sirven para tomar conciencia de los tres estados: físico o cuerpo, psíquico o alma, espiritual o espíritu. La intuición sensible para el cuerpo, o plano físico; la imaginación para el alma, aun que sería más acertado decir la razón e imaginación para el plano psíquico mental; y el intelecto puro, o intuición trascendente, para el plano espiritual.

El conocimiento esotérico no puede ser comprendido nada más que por el espíritu, es decir, por la intuición trascendente o intelecto puro, que corresponde a la evidencia interior de las causas que preceden a toda experiencia. Siendo este el medio específico que tenemos para acercarnos a la metafísica, al conocimiento de los principios de orden universal. Con él se abre un dominio en el que no hay oposiciones ni conflictos, ni complementariedades ni simetrías, porque el intelecto se mueve en el orden de una unidad y una continuidad supra individual y supra racional. Al respecto Aristóteles dijo que "el intelecto es más verdadero que la ciencia".

Como la metafísica escapa por definición a la burda realidad de la razón, precisa de algunos elementos de su mismo orden para expresar el conocimiento esotérico. Mas siendo la propia naturaleza del conocimiento inexpresable e inimaginable, acude a conceptos únicamente abordables mediante símbolos. Medio de expresión que no niega ninguna realidad de orden alguno, pero los subordina todos por el poder de los arcanos.

Las ideas platónicas, las invariables matemáticas, los símbolos de las artes antiguas, son ejemplos de los planos diversos de la realidad.

La ciencia moderna, al contrario, tiene como instrumento dialéctico la razón y como dominio el dominio general. La razón es sólo un instrumento unido al lenguaje, que se usa para todos los fines y que permite respetar las reglas de la lógica y la gramática, sin implicar o garantizar ninguna certidumbre respecto a la realidad de sus conclusiones y todavía menos a sus premisas.

La razón es solamente un modo puramente deductivo y discursivo, un "habitus conclusionum", según Santo Tomás, que no remonta a las causas.

Es una red de mallas más o menos apretadas, lanzada sobre el mundo de los fenómenos, que forma cuerpo con ellos cuando éstos son bastante densos, pero que los deja pasar y los ignora cuando son más sutiles. Para la ciencia y la razón, un hecho no observado o no mensurable sencillamente ¡no existe!. Y menos aún cuando se trata de algo que no sea un hecho físico.

Pero cualquiera que se pare a meditar sobre esa limitación de la ciencia oficial, comprenderá que la realidad no puede estar ligada por la grosera traducción hecha de la misma, ni limitada por una tecnología que la historia y su propia evolución nos ha enseñado que siempre es provisional.

La respuesta que da la razón, puesto que no es más que una respuesta a una cuestión planteada, depende mucho de la pregunta formulada y de su planteamiento. Está condicionada por ella en su unidad, su medida y su escala de valores.

Toda respuesta basada en la razón esta ya en cierta forma condicionada en la pregunta por los postulados de que parte. El eco parece así el modelo de toda respuesta inteligente, como la tautología, o repetición inútil de una misma definición expuesta de distintas maneras, es el modelo de todo razonamiento riguroso.

Por el contrario, la palabra solo adquiere su sentido más profundo en su causa, como eco de un pensamiento que usa palabras arcaicas, que son símbolos, para evocar una realidad siempre actual, pero que se convierte en esotérica por el materialismo progresivo de la inteligencia.

Tampoco la experiencia puede garantizarnos la verdad, porque la experiencia personal esta limitada exclusivamente a nuestra historia humana, y esta es excesivamente breve, excesivamente reciente, excesivamente joven, excesivamente limitada, en un universo que ha conocido estados muy diferentes y que no puede tener con ella ninguna medida común. No tiene en cuenta la experiencia la cualidad especifica de los tiempos, que solo puede revelarle un testimonio directo, procedente de la más remota de las edades, o sea, de una tradición.

Pero para entender la tesis es necesario comprender lo que realmente significa el concepto de tradición, generalmente negado, desnaturalizado o mal conocido. No se trata de la expresión del colorido local, de costumbres populares que como mucho se remontan a unos pocos centenares de años, ni de costumbres curiosas recogidas por los anales, sino del mismo origen de todas las cosas.

La tradición, en el sentido exacto del término, consiste en la transmisión innata e inmanente de los principios de orden universal. La idea más cercana, la más capaz de evocar el profundo significado de la tradición, seria la de una filiación espiritual de maestro a discípulo, de una influencia formadora, análoga a la vocación o a la inspiración, tan consustancial con el espíritu como la herencia genética lo es con el cuerpo.

Se trata de un conocimiento interior, coexistente con la vida, de una coexistencia y al mismo tiempo una conciencia superior reconocida como tal, de una consciencia inseparable de la persona que nace con ella y constituye su razón de ser.

Desde este punto de vista, el ser es enteramente lo que transmite, no existe más que por esta transmisión, y en la medida en que transmite. La independencia y la individualidad son simples ilusiones vitalistas que testimonian un alejamiento progresivo y un descenso continuo a partir de un estado extensivo de sabiduría original.

Ese estado original puede estar representado por el concepto de centro primordial, del que el Paraíso Terrenal de la tradición hebrea constituye uno de los símbolos, teniendo bien extendido que ese estado, esa tradición y ese centro son tres expresiones de la misma realidad.

Gracias a esa tradición anterior a la historia, el conocimiento de los principios ha sido, desde el comienzo de los tiempos, un bien común de la humanidad que se ha expandido en las formas más elevadas y más perfectas de las teologías del periodo histórico.

Pero un decaimiento general y natural, engendrador de especulación y oscurantismo, ha formado un abismo creciente entre el mensaje, los que lo transmiten y los que lo reciben.

Así cada vez se hace necesaria una explicación, pues aparece una polaridad entre el aspecto exterior, ritual y literal, y el sentido original, convertido en interior, o sea, oscuro e incomprendido.

En Occidente, el aspecto exterior, social o exotérico, adopta la forma religiosa. Destinada a la multitud de fieles, la doctrina se ha dividido en tres elementos: un dogma para la inteligencia, una moral para el alma y los ritos para el cuerpo.

Durante ese tiempo, y en el aspecto opuesto, el sentido profundo, transformado en esotérico, se hundía cada vez más en aspectos tan oscuros que era preciso recurrir a ejemplos paralelos de las espiritualidades orientales para reconocer su coherencia y su validez.

El progresivo oscurecimiento de la idea de tradición, hace tiempo que impide comprender el verdadero semblante de las antiguas civilizaciones, orientales y occidentales, y al mismo tiempo nos ha prohibido el retorno al punto de vista sintético que era el suyo. Solo la perspectiva de los principios permite comprenderlo todo sin suprimir nada, realizar la economía de un vocabulario nuevo, ayudar a la memoria y facilitar la invención, establecer enlaces entre las diversas disciplinas, incluso entre las más relativamente alejadas entre si, reservando a quien se sitúa en ese centro privilegiado, la inagotable riqueza de sus posibilidades, y eso solo gracias a los símbolos.

Fuente: http://docente.ucol.mx/al029165/public_html/esot.htm

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1 comments :

QH dijo...

Podrían indicar el autor? Gracias de antemano.